24 mar 2011

En el Nombre del Amor

El amor es el vínculo de unión entre Dios y el hombre. Es el hilo conductor que guía al náufrago, lo saca de la caverna oscura de su propio ego y lo lleva al encuentro con la Luz. Del amor salimos y al amor tendremos que volver, cuando todas las etapas del desarrollo de la conciencia se hayan completado. Despertar al amor es pasar de la inconciencia a la conciencia; es dejar atrás las reacciones instintivas que nos encadenan al dolor, y permitir que sea nuestra esencia inmortal la que se exprese, para crear perfección.
Cuando un hombre apenas inicia el desarrollo de su conciencia, está enfocado en la conservación de la vida y la reproducción. En esa etapa llama “amor” a la imperiosa fuerza del instinto. No sabe que la urgencia de aparearse procede de su ADN, que reconoce a una genética compatible con la suya, apropiada para engendrar hijos sanos. El instinto sexual esconde su rostro primitivo tras el romántico nombre de “amor a primera vista”; pero las apariencias son engaño, porque el amor nunca se da espontáneo como el musgo.
Desde la fuerza erótica se pueden fabricar ilusiones, pero no mantener relaciones, ya que, en cuanto desaparece la novedad, se esfuma la magia y el encanto muy pronto se convierte en hastío. La experiencia sexual trae consigo una añoranza de unión, pero es solo un destello fugaz, que se disuelve, si la personalidad no ha aprendido a cultivar las cualidades que mantienen encendida la flama del amor.
Sin embargo, la llamada del sexo es válida para despertar la conciencia, porque hasta el criminal más despiadado, si está temporalmente enamorado, sentirá un efluvio de bondad. Es la naturaleza, en su aspecto armónico, la que da al individuo el impulso inicial para salir del caparazón de su egoísmo, pensar en el otro, y disponerse a compartir. ¡Será el punto más cercano al amor que en ese nivel se experimente!
Un error muy generalizado consiste en creer que el amor es un sentimiento. Lo que el hombre llama “sentimientos” son los resultados de creencias aprendidas, muchas veces falsas, o distorsionadas. Si una unión está cimentada en sentimientos, se pueden esperar muchos conflictos. Por ejemplo: si mi pareja no permanece en el rol que le adjudico, yo me ofendo, sufro, me desespero, actúo agresivamente y luego me corroen los remordimientos, los rencores y las culpas. Desde el sentimiento existen los apegos, la manipulación, los celos y hasta los crímenes pasionales, que a veces se cometen en el nombre del amor.
Cuando en tu vida primen las actividades de la mente, seguramente llamarás amor al grado de compatibilidad de intereses, que hacen muy grato el compartir con el otro, como amigos, como amantes, como hermanos. Sin embargo, las semejanzas nunca son del 100%, y aún entre camaradas puede haber dificultades, si no existe la mutua tolerancia. Para que prevalezca la armonía es necesario aceptar las diferencias: delimitando espacios para desarrollar actividades no compartidas, y pactando acuerdos, para evitar los roces.
Si el amor no es un impulso altruista momentáneo, no es sexo, no es un sentimiento, ni tampoco es camaradería, ¿Qué es entonces el amor? El amor es un estado permanente de ser, al que se llega mediante la purificación y el trabajo constante en uno mismo. El amor es una actitud ante la vida, que se desarrolla partiendo de una decisión inquebrantable, la conciencia alerta y el uso reiterado de la voluntad. Cuando el amor existe, siempre es incondicional, no se trata de un intercambio de favores.
Como hombre yo puedo convertirme en una expresión universal del amor vivo, mediante el uso de algunas herramientas de transformación:

1) La aceptación del otro tal como es.
2) Respeto por el otro, sin juzgarlo, criticarlo, ni rechazarlo.
3) Asumir mis fallas sin echarle la culpa a nadie.
4) Acción apropiada, que surge del estado interno de neutralidad y paz.
5) Valoración de lo que la vida me ha dado.
6) Gratitud por todo aquello que he aprendido a valorar.
7) Adaptación a mi experiencia actual, sabiendo que en ella tengo la mejor oportunidad de aprendizaje.

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